lunes, 9 de abril de 2012

RECETA PARA LA RECONSTRUCCIÓN

EN EL PRINCIPIO, una célula se convierte en dos y esas dos en cuatro que se multiplican a su vez a hasta formar una bola de células, una maravillosa esfera de potencial humano. Los científicos sueñan con extraer esas células de un incipiente embrión humano en inducirlas a realizar, en el aislamiento de un laboratorio, el milagro cotidiano que obran en el vientre materno: su transformación en los aproximadamente 200 tipos de células que constituyen el organismo humano, Células hepáticas. Neuronas. Piel, huesos y tejido nervioso.

El sueño es iniciar una revolución médica que permita reparar órganos y tejidos enfermos no ya con dispositivos mecánicos como bombas de insulina o articulaciones de titanio, sino con recambios vivos, cultivados específicamente para cada paciente. Sería el amanecer de una nueva era de la medicina regenerativa, uno de los santos griales de la biología moderna.

Pero las revoluciones siempre son agitadas. Cuando en noviembre de 1998 el equipo de James Thomson, de la Universidad de Wisconsin en Madison, anunció que había logrado extraer células madre (células troncales) de embriones humanos sobrantes de las clínicas de fertilidad, y había establecido la primera línea de células madre embrionarias del mundo, todo empezó a desorbitarse. Era el tipo de descubrimiento que habría fructificado en un gran proyecto federal de investigación. En cambio, el descubrimiento quedó rápidamente envuelto en las turbulentas aguas de la religión y la política. Al poco, el debate científico había calado en toda la sociedad y se habia extendido por el mundo.

Los más alarmados ante las implicaciones fueron quienes consideran los embriones miembros de pleno derecho de la sociedad y condenan el uso de sus células como un crimen. Esas voces críticas presagian un nuevo “mundo feliz” de “granjas de embriones” y “fábricas de clonación” para la producción de repuestos humanos. Y aducen que se pueden lograr los mismos resultados utilizando las células madre adultas que hay en la medula ósea y en otros órganos de un humano adulto, así como en el cordón umbilical que suele desecharse después del parto.

Los partidarios de la investigación argumentan que si bien las células madre adultas pueden ser útiles para tratar ciertas enfermedades, hasta ahora no ha sido posible desarrollar todos los tipos celulares conseguidos con las embrionarias. Señalan que en las clínicas de fertilidad hay miles de embriones sobrantes. Esos embriones son más pequeños que el punto final de esta frase y no tienen rasgos reconocibles ni indicios de sistema nervioso. Si los progenitores aceptan donarlos, dicen los partidarios de la investigación con células madre, sería contrario a la ética no usarlos para tratar de curar a los enfermos.

Pocos cuestionan el potencial médico de las células madre embrionarias. Consideremos, por ejemplo, las enfermedades cardiovasculares. A partir de células madre embrionarias es posible obtener células de miocardio que ya en una placa de laboratorio laten fantasmagóricamente al unísono. Cuando han sido inyectadas en ratones o en cerdos con trastornos cardiacos, esas células sustituyen a las células lesionadas o muertas y aceleran la recuperación. Estudios similares indican el potencial de las células madre en la curación de la diabetes y de lesiones medulares.

Los detractores señalan inquietantes resultados de la investigación con animales, en los que las células madre embrionarias producen tumores o se metamorfosean en tejidos no deseados, formando incluso trozos de hueso en el corazón que debían reparar. Los partidarios responden que hay que investigar mas, pero que se esta avanzando en la prevención de tales anomalías.



Los argumentos a favor y en contra se suceden, pero los gobiernos no están dispuestos a esperar los resultados. Países como Alemania, preocupados ante la resbaladiza pendiente hacia la experimentación humana contraria a la ética han prohibido cierto tipo de investigación. Otros, como Estados Unidos, han restringido los estudios realizados con fondos públicos, pero dejan libertad al sector privado. Y otros, como el Reino Unido, China, Corea y Singapur, se han propuesto liderar la investigación con células madre, proporcionando fondos y un marco ético para estimular el desarrollo de este campo de estudio.

En tan variado clima político, científicos de todo el mundo compiten por ver cual de las técnicas será la primera en producir tratamientos. Sus enfoques difieren, pero todos coinciden en un punto: la forma en que la humanidad maneje su control sobre los misterios del desarrollo embrionario dirá mucho sobre quienes somos y en que nos estamos convirtiendo. Personalmente, considero que al contrario de los que opinan que la única diferencia entre un embrión y un feto y un bebe es el tiempo y por tanto todos deben merecer la misma protección, desde mi punto de vista ético los embriones sobrantes de las fecundaciones in vitro son un recurso desperdiciado si no se usan para la investigación de este campo de la medicina con tanto potencial para la curación de enfermedades y así salvar vidas humanas que al fin y al cabo, según mi opinión, son mas importantes y valiosas que un embrión que no se ha desarrollado y no se puede considerar prácticamente vida. Pero como dice Tom Murray, experto en bioética y presidente del Centro Hastings de Nueva York: -“Será difícil superar el debate ético. Tendremos que abordar distinciones muy sutiles sobre el comienzo de la vida, con enormes implicaciones científicas y religiosas…”.




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